En España durante los cuarenta años de dictadura
franquista, se reivindicó un modelo femenino madre-esposa, reproductora de
niños y costumbres, donde la mujer como sujeto activo, dueña de sus actos y
opiniones, no tenía cabida. El campo de las artes no fue una excepción. Las
mujeres artistas españolas quedaron en un segundo plano en los principales
movimientos artísticos, incluso muchas fueron olvidadas. Ese silencio impuesto
acalló su creatividad e inquietudes, sin embargo, no fue para siempre. Gracias
al acercamiento del feminismo al arte a partir de los años setenta del siglo
XX, contra ese silencio, algunas mujeres artistas respondieron levantando sus
voces.
Este nuevo modelo de identidad femenina será seguido
por un importante grupo de mujeres intelectuales con acciones sobresaliente en
los avances sociales, políticos y culturales del período.
Este reto quiere reivindicar el papel de tres mujeres
que no se callaron. Ellas son:
Cecilia, Mari Trini y Rocío Jurado.
Vengo del baby boom del 68, casi cuando empezaron sus carreras.
Las percibí tarde seguramente, pero las percibí. Toca ahora ponerlas en valor y
contar sus historias desde la perspectiva de género. En esa época ser políticamente
correcto era lo adecuado, pero ellas desafiaron ese rol… Sus colegas intelectuales
que lucharon por los derechos de las mujeres en la dictadura, probablemente,
les dieron alas y las empoderaron para comenzar su gesta.
Fue fundamental el papel de estas mujeres y de otras
muchas en el ámbito de la cultura. Sobre todo, cabe resaltar la ocupación del
espacio público y la red de vínculos y relaciones establecidas entre ellas.
Juntas se hicieron oír, y a la vez tendieron lazos hacia al futuro que
sirvieron de guía para las generaciones venideras.. Por primera vez fueron
conscientes de ser sujetos activos.
CECILIA (1948-1976)
Hija de militar y
diplomático español tuvo una infancia itinerante (Reino Unido, EE. UU., Portugal, Argel, Jordania) y una educación
cosmopolita: aprendió a hablar en inglés al mismo tiempo que en español. Por eso sus primeras letras como cantautora fueron
en estos dos idiomas por igual, aunque finalmente se decantó por el español.
Se educó con una monja
estadounidense que la animó a tocar la guitarra y a cantar en fiestas de fin de
curso. De regreso a España, comenzó y abandonó los estudios de Derecho,
porque decidió dedicarse por completo a la música y a componer sus propias
letras con una calidad poética y literaria por encima de lo habitual en su
tiempo.
Su lírica está
vinculada al Existencialismo y a la canción de protesta feminista.
Cecilia nunca fue frágil, nunca fue dulce, nunca fue
complaciente, nunca fue cándida, nunca fue sumisa, nunca fue inofensiva, aunque
sus fotos nos devolvieran una mirada tierna de joven cuasihippie de melena
larga, siempre retratada entre espigas y árboles, como bucólica, como
soñolienta, como poética y abstracta, como idealista sin armas. Pero las tenía:
vaya si las tenía. Sólo que su época la obligó a sacarlas subliminalmente, con
ira clandestina, con versos punzantes, políticos y feministas. No hizo otra cosa
que atacar a la burguesía española, poner en jaque al hombre machista medio.
Sólo un año antes de Me quedaré soltera, en 1972, ya
había retratado las complejidades de la mujer burguesa española en Dama,
dama. La cantautora hacía un retrato de la ciudadana adúltera de clase
alta, de la doble vida de una señorita bien que, de cara al público, era
esposa, madre y devota, pero que soñaba con escribir poemas y escapar de lo
predecible con algún canallita intelectual.
Me quedará soltera, porque voy a quedarme
soltera", enunciaba antes de entonarla. En ese tema, trató esa compasión
repugnante con la que todos se dirigían a la llamada “solterona”; ese sentir
que ya no valía, que no era más que un desecho patriarcal. Cecilia acostumbraba
a dar en la diana sin que el socavón fuera evidente.
Existe una lectura feminista en su célebre Un
ramito de violetas (1974), el himno del hombre triste que escribe
versos en secreto a su esposa haciéndose pasar por un admirador. Es el
hombre callado. El hombre incapaz de expresar sus sentimientos sin sentir
pudor. El que prefiere hacerlo por boca de otro, o no hacerlo. Una gran
fotografía de la masculinidad tóxica de las postrimerías del franquismo.
También dedicó otras letras contra el capitalismo salvaje, contra la hiperproducción,
contra la explotación laboral y los oficios tristes que nos alienan.
Su Un millón de muertos fue
convertida por la censura franquista en Un millón de sueños. Por
ella tuvo que rendir cuentas ante el Tribunal de Orden Público el 28 de
noviembre de 1973.
No obstante, su más deslumbrante crítica soterrada al
sistema franquista fue Mi querida España. esa canción la
escribió por sus amigos poetas, artistas y cantantes, que tan mal lo pasaron. A
ella le parecía una injusticia social, especialmente porque había crecido en el
extranjero, en un ambiente democrático, y sólo siendo adolescente se enganchó a
las raíces españolas. Nunca las soltó.
MARI TRINI (1947-2009)
A muy temprana edad se trasladó a Madrid con su familia, en la que no
existía tradición artística.
Alumna de un colegio religioso, su infancia se vio marcada por una
enfermedad que la obligó a permanecer en cama desde los siete años hasta los
catorce. Durante su convalecencia comenzó a interesarse por la música:
aprovechó para aprender a tocar la guitarra y empezó a componer sus primeras canciones. Esta
vocación, y desavenencias con su madre, le empujaron a marchar de casa con
ganas de libertad y en busca de más amplios horizontes.
Conoció al cineasta Nicholas Ray, que le prometió un papel estelar en una
película, y se marchó a Londres, donde la cosa no cuajó, y luego a París. Cinco
años en el país vecino configuraron su voz desgarrada, honda y afrancesada que
tanto le influyeron como cantautora.
Ya en España, aún en minoría de edad y de género, Mari Trini grabó sus
primeros discos, versiones de Aute, Calderón o Andión. Ya traía de París su
legendario álbum de debut, Amores, pero la discográfica bloqueó su
creatividad, impuso sus reglas, consideraba que una mujer no podía componer sus
canciones, así como así. Ni fumar, ni hablar claro, ni sentirse al mismo nivel
que el hombre, ni otros muchos 'detalles'. Mari Trini fumaba como un carretero,
cantaba alto y fuerte, escribía y vivía al margen de convencionalismos. Ella no
era la típica niña mona, ni atesoraba una voz de ángel, ni se conformaba con
las migajas.
Yo no soy esa, pieza emblemática de su trayectoria artística, perteneciente a su segundo
disco, define a la perfección a la mujer y a la cantante: radical, luchadora,
feminista, inasequible al agravio, rotunda y dicen que dura por fuera, tierna
en su fuero interno. Las mujeres como Mari Trini no tenían 'buena fama' en
tiempos de sumisión que, no obstante, comenzaban a rebelarse contra el poder
establecido, no sólo político. el primer disco de Mari Trini permaneció
más de cincuenta semanas en las listas de ventas. Todo ello en vida del
dictador. La censura aplicaba tijeras sin contemplaciones. Yo no
soy esa fue prohibida durante semanas en la radio porque a los
censores le parecía una canción 'ambigua’. El
mensaje que quería transmitir: que las mujeres deben ser libres para ser y
actuar al margen de las normas, y que no deben supeditarse a los deseos y
expectativas de los hombres. Por su parte, Mari Trini, contra viento y marea, logró ubicarse en la
vanguardia de la nueva canción de calidad con voz de mujer. Ella cantó en
primera persona del femenino singular, cantó las cuarenta a la tiranía y, en
cierto modo, abrió puertas y ventanas al mundo libre.
ROCIO JURADO (1944-2006)
Rocío Jurado fue una revolucionaria nacida en 1944.
Nació en el seno de una familia humilde. En su hogar aprendió a amar la música, hija de un zapatero y cantaor de flamenco en sus ratos libres y una madre cantante
aficionada de la música española.
Su primera presentación en público la hizo a los ocho años, en una obra en su
Colegio de La Divina Pastora. También aprendió a trabajar duro desde muy niña.
Cantaba misas, participaba en festivales de su colegio y también, a los quince
años, cuando falleció su padre, tuvo que echar una mano a la precaria economía
familiar. Trabajó de zapatera, recolectora de frutas y aún tenía tiempo para
presentarse a los concursos de Radio Sevilla.
Viajó a Madrid, de la mano de su madre, sin haber
cumplido la mayoría de edad, donde una vieja amiga del pueblo la presentó a La
Niña de los Peines y al maestro Manolo Caracol. Sin embargo, su imparable
carrera artística no empezó hasta su primer encuentro con la cantaora Pastora
Imperio, quien inmediatamente contrató a Rocío para el tablao que regentaba, El
Duende, falsificando su fecha de nacimiento para poder cantar por ser menor.
La primera folclórica que puso en su sitio al
'machito' español fue ella. Esta mujer empoderada usó como nadie el micrófono
para cantarle las cuarenta a la España machista de la época. Lo hizo con
palabras sencillas contando historias musicalizadas de tantas mujeres desoídas,
expulsadas por la norma. Con ella, la mujer española dejó de tener como techo
un cuento único que la ahogaba: no era sólo la enamorada, la que esperaba, la
que lloraba y la que nunca elegía. Era también la que se cansaba, la que se
quejaba, la que se rebelaba contra la vida que otros habían decidido para ella.
Y te lo decía con ese gesto tan suyo, mirándote a la cara y con el dedo levantado,
sin titubeos. Representaba una nueva mujer: la española viva, valiente y
autónoma que quería tomar las riendas de su sentimentalidad y de su discurso.
“Soy feminista”, “No detractora del hombre”, “Soy
defensora de los derechos de la mujer, que es diferente” proclamaba. También se
definió como “pro gay” y actuó en TVE en 1974 con un escote impresionante que
hizo levantar el teléfono a la esposa de un ministro de Franco para decir que
eso era una “vergüenza”. Trajo de cabeza a los mojigatos del régimen, que ya no
sabían qué pegarle en el escote para taparla. Pero la fiera siempre salía. En
una entrevista fue interrogada por su talla de sujetador y contestó,
envalentonada: “El único sujetador que me importa es el mental, que es el que
tú tendrías que ponerte para no hacerme esas preguntas”.
Sin embargo, fue injustamente juzgada -como otras
tantas artistas de la época-como el “opio del pueblo” de una sociedad
tardofranquista y anquilosada, parecía que no hacía trinchera frente a los
valores caducos del nacionalcatolicismo. Rocío también le hizo el boca a boca a
la copla, un género denostado y asociado al régimen, y lo trastocó con maestría
inusitada inyectándole interpretaciones enérgicas y emancipadoras. Tejió un
mensaje feminista que caló en la calle y en sus deseos secretos, imposibles de
exteriorizar entonces.
En su canción “A que no te vas” en 1976, sólo un año
después de la muerte de Franco, en una España revuelta, el hombre, de repente,
adquiere -novedosamente- el rol de sumiso y surge una mujer que lleva la
contraria a los deseos y expectativas del hombre, una mujer valiente y
empoderada, segura de sí misma y de su posición.
En el año 1978, en plena Transición y una Constitución
por estrenar, en medio del caos, La Jurado se dirigía a su pareja para mandarle
a tomar viento, ni siquiera se había aprobado la Ley del Divorcio. Le decía a
Jesús Hermida: son temas de la vida diaria, pero no se habían cantado. O, más
bien, solo lo habían cantado hombres, no una mujer. Y ocurre también a las
mujeres, es real”. Un mensaje al que el hombre de esa época no estaba nada
acostumbrado.
En 1979 llega otro mensaje, el del hombre que trata de
embaucar a la mujer y ella decide en sus letras prevenir a otras mujeres de su
influjo y de los “celos” infundados, uno de los grandes síntomas del amor
tóxico, basado en la posesión, que hoy, en pleno 2020, las feministas siguen
denunciando.
Rocío Jurado fue dejando mensajes feministas, de
conciliación laboral, de igualdad… Puso sobre el escenario las historias
escondidas de su tiempo, las que esbozaban lo que realmente pensaban y sentían
las españolas.
Lo cantó ella misma: “Hay mucha mujer en este cuerpo”
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