viernes, 12 de junio de 2020

RETO HERSTORY

En España durante los cuarenta años de dictadura franquista, se reivindicó un modelo femenino madre-esposa, reproductora de niños y costumbres, donde la mujer como sujeto activo, dueña de sus actos y opiniones, no tenía cabida. El campo de las artes no fue una excepción. Las mujeres artistas españolas quedaron en un segundo plano en los principales movimientos artísticos, incluso muchas fueron olvidadas. Ese silencio impuesto acalló su creatividad e inquietudes, sin embargo, no fue para siempre. Gracias al acercamiento del feminismo al arte a partir de los años setenta del siglo XX, contra ese silencio, algunas mujeres artistas respondieron levantando sus voces.

Este nuevo modelo de identidad femenina será seguido por un importante grupo de mujeres intelectuales con acciones sobresaliente en los avances sociales, políticos y culturales del período.

Este reto quiere reivindicar el papel de tres mujeres que no se callaron. Ellas son:

Cecilia, Mari Trini y Rocío Jurado.

Vengo del baby boom del 68, casi cuando empezaron sus carreras. Las percibí tarde seguramente, pero las percibí. Toca ahora ponerlas en valor y contar sus historias desde la perspectiva de género. En esa época ser políticamente correcto era lo adecuado, pero ellas desafiaron ese rol… Sus colegas intelectuales que lucharon por los derechos de las mujeres en la dictadura, probablemente, les dieron alas y las empoderaron para comenzar su gesta.

Fue fundamental el papel de estas mujeres y de otras muchas en el ámbito de la cultura. Sobre todo, cabe resaltar la ocupación del espacio público y la red de vínculos y relaciones establecidas entre ellas. Juntas se hicieron oír, y a la vez tendieron lazos hacia al futuro que sirvieron de guía para las generaciones venideras.. Por primera vez fueron conscientes de ser sujetos activos.


CECILIA (1948-1976)

 Hija de militar y diplomático español tuvo una infancia itinerante (Reino Unido, EE. UU., Portugal, Argel, Jordaniay una educación cosmopolita: aprendió a hablar en inglés al mismo tiempo que en español. Por eso sus primeras letras como cantautora fueron en estos dos idiomas por igual, aunque finalmente se decantó por el español.

Se educó con una monja estadounidense que la animó a tocar la guitarra y a cantar en fiestas de fin de curso. De regreso a España, comenzó y abandonó los estudios de Derecho, porque decidió dedicarse por completo a la música y a componer sus propias letras con una calidad poética y literaria por encima de lo habitual en su tiempo.

Su lírica está vinculada al Existencialismo y a la canción de protesta feminista.

Cecilia nunca fue frágil, nunca fue dulce, nunca fue complaciente, nunca fue cándida, nunca fue sumisa, nunca fue inofensiva, aunque sus fotos nos devolvieran una mirada tierna de joven cuasihippie de melena larga, siempre retratada entre espigas y árboles, como bucólica, como soñolienta, como poética y abstracta, como idealista sin armas. Pero las tenía: vaya si las tenía. Sólo que su época la obligó a sacarlas subliminalmente, con ira clandestina, con versos punzantes, políticos y feministas. No hizo otra cosa que atacar a la burguesía española, poner en jaque al hombre machista medio.

Sólo un año antes de Me quedaré soltera, en 1972, ya había retratado las complejidades de la mujer burguesa española en Dama, dama. La cantautora hacía un retrato de la ciudadana adúltera de clase alta, de la doble vida de una señorita bien que, de cara al público, era esposa, madre y devota, pero que soñaba con escribir poemas y escapar de lo predecible con algún canallita intelectual.


Me quedará soltera, porque voy a quedarme soltera", enunciaba antes de entonarla. En ese tema, trató esa compasión repugnante con la que todos se dirigían a la llamada “solterona”; ese sentir que ya no valía, que no era más que un desecho patriarcal. Cecilia acostumbraba a dar en la diana sin que el socavón fuera evidente.


Existe una lectura feminista en su célebre Un ramito de violetas (1974), el himno del hombre triste que escribe versos en secreto a su esposa haciéndose pasar por un admirador. Es el hombre callado. El hombre incapaz de expresar sus sentimientos sin sentir pudor. El que prefiere hacerlo por boca de otro, o no hacerlo. Una gran fotografía de la masculinidad tóxica de las postrimerías del franquismo. También dedicó otras letras contra el capitalismo salvaje, contra la hiperproducción, contra la explotación laboral y los oficios tristes que nos alienan. 


Su Un millón de muertos fue convertida por la censura franquista en Un millón de sueños. Por ella tuvo que rendir cuentas ante el Tribunal de Orden Público el 28 de noviembre de 1973.

No obstante, su más deslumbrante crítica soterrada al sistema franquista fue Mi querida España. esa canción la escribió por sus amigos poetas, artistas y cantantes, que tan mal lo pasaron. A ella le parecía una injusticia social, especialmente porque había crecido en el extranjero, en un ambiente democrático, y sólo siendo adolescente se enganchó a las raíces españolas. Nunca las soltó. 




MARI TRINI (1947-2009)



A muy temprana edad se trasladó a Madrid con su familia, en la que no existía tradición artística. 

Alumna de un colegio religioso, su infancia se vio marcada por una enfermedad que la obligó a permanecer en cama desde los siete años hasta los catorce. Durante su convalecencia comenzó a interesarse por la música: aprovechó para aprender a tocar la guitarra y empezó a componer sus primeras canciones. Esta vocación, y desavenencias con su madre, le empujaron a marchar de casa con ganas de libertad y en busca de más amplios horizontes.


Conoció al cineasta Nicholas Ray, que le prometió un papel estelar en una película, y se marchó a Londres, donde la cosa no cuajó, y luego a París. Cinco años en el país vecino configuraron su voz desgarrada, honda y afrancesada que tanto le influyeron como cantautora.

Ya en España, aún en minoría de edad y de género, Mari Trini grabó sus primeros discos, versiones de Aute, Calderón o Andión. Ya traía de París su legendario álbum de debut, Amores, pero la discográfica bloqueó su creatividad, impuso sus reglas, consideraba que una mujer no podía componer sus canciones, así como así. Ni fumar, ni hablar claro, ni sentirse al mismo nivel que el hombre, ni otros muchos 'detalles'. Mari Trini fumaba como un carretero, cantaba alto y fuerte, escribía y vivía al margen de convencionalismos. Ella no era la típica niña mona, ni atesoraba una voz de ángel, ni se conformaba con las migajas.


Yo no soy esa, pieza emblemática de su trayectoria artística, perteneciente a su segundo disco, define a la perfección a la mujer y a la cantante: radical, luchadora, feminista, inasequible al agravio, rotunda y dicen que dura por fuera, tierna en su fuero interno. Las mujeres como Mari Trini no tenían 'buena fama' en tiempos de sumisión que, no obstante, comenzaban a rebelarse contra el poder establecido, no sólo político.  el primer disco de Mari Trini permaneció más de cincuenta semanas en las listas de ventas. Todo ello en vida del dictador. La censura aplicaba tijeras sin contemplaciones. Yo no soy esa fue prohibida durante semanas en la radio porque a los censores le parecía una canción 'ambigua’. El mensaje que quería transmitir: que las mujeres deben ser libres para ser y actuar al margen de las normas, y que no deben supeditarse a los deseos y expectativas de los hombres. Por su parte, Mari Trini, contra viento y marea, logró ubicarse en la vanguardia de la nueva canción de calidad con voz de mujer. Ella cantó en primera persona del femenino singular, cantó las cuarenta a la tiranía y, en cierto modo, abrió puertas y ventanas al mundo libre.




ROCIO JURADO (1944-2006)


 Rocío Jurado fue una revolucionaria nacida en 1944. Nació en el seno de una familia humilde. En su hogar aprendió a amar la música, hija de un zapatero y cantaor de flamenco en sus ratos libres y una madre cantante aficionada de la música española. Su primera presentación en público la hizo a los ocho años, en una obra en su Colegio de La Divina Pastora. También aprendió a trabajar duro desde muy niña. Cantaba misas, participaba en festivales de su colegio y también, a los quince años, cuando falleció su padre, tuvo que echar una mano a la precaria economía familiar. Trabajó de zapatera, recolectora de frutas y aún tenía tiempo para presentarse a los concursos de Radio Sevilla.


Viajó a Madrid, de la mano de su madre, sin haber cumplido la mayoría de edad, donde una vieja amiga del pueblo la presentó a La Niña de los Peines y al maestro Manolo Caracol. Sin embargo, su imparable carrera artística no empezó hasta su primer encuentro con la cantaora Pastora Imperio, quien inmediatamente contrató a Rocío para el tablao que regentaba, El Duende, falsificando su fecha de nacimiento para poder cantar por ser menor.

La primera folclórica que puso en su sitio al 'machito' español fue ella. Esta mujer empoderada usó como nadie el micrófono para cantarle las cuarenta a la España machista de la época. Lo hizo con palabras sencillas contando historias musicalizadas de tantas mujeres desoídas, expulsadas por la norma. Con ella, la mujer española dejó de tener como techo un cuento único que la ahogaba: no era sólo la enamorada, la que esperaba, la que lloraba y la que nunca elegía. Era también la que se cansaba, la que se quejaba, la que se rebelaba contra la vida que otros habían decidido para ella. Y te lo decía con ese gesto tan suyo, mirándote a la cara y con el dedo levantado, sin titubeos. Representaba una nueva mujer: la española viva, valiente y autónoma que quería tomar las riendas de su sentimentalidad y de su discurso.


“Soy feminista”, “No detractora del hombre”, “Soy defensora de los derechos de la mujer, que es diferente” proclamaba. También se definió como “pro gay” y actuó en TVE en 1974 con un escote impresionante que hizo levantar el teléfono a la esposa de un ministro de Franco para decir que eso era una “vergüenza”. Trajo de cabeza a los mojigatos del régimen, que ya no sabían qué pegarle en el escote para taparla. Pero la fiera siempre salía. En una entrevista fue interrogada por su talla de sujetador y contestó, envalentonada: “El único sujetador que me importa es el mental, que es el que tú tendrías que ponerte para no hacerme esas preguntas”.

Sin embargo, fue injustamente juzgada -como otras tantas artistas de la época-como el “opio del pueblo” de una sociedad tardofranquista y anquilosada, parecía que no hacía trinchera frente a los valores caducos del nacionalcatolicismo. Rocío también le hizo el boca a boca a la copla, un género denostado y asociado al régimen, y lo trastocó con maestría inusitada inyectándole interpretaciones enérgicas y emancipadoras. Tejió un mensaje feminista que caló en la calle y en sus deseos secretos, imposibles de exteriorizar entonces.


En su canción “A que no te vas” en 1976, sólo un año después de la muerte de Franco, en una España revuelta, el hombre, de repente, adquiere -novedosamente- el rol de sumiso y surge una mujer que lleva la contraria a los deseos y expectativas del hombre, una mujer valiente y empoderada, segura de sí misma y de su posición.


En el año 1978, en plena Transición y una Constitución por estrenar, en medio del caos, La Jurado se dirigía a su pareja para mandarle a tomar viento, ni siquiera se había aprobado la Ley del Divorcio. Le decía a Jesús Hermida: son temas de la vida diaria, pero no se habían cantado. O, más bien, solo lo habían cantado hombres, no una mujer. Y ocurre también a las mujeres, es real”. Un mensaje al que el hombre de esa época no estaba nada acostumbrado.

En 1979 llega otro mensaje, el del hombre que trata de embaucar a la mujer y ella decide en sus letras prevenir a otras mujeres de su influjo y de los “celos” infundados, uno de los grandes síntomas del amor tóxico, basado en la posesión, que hoy, en pleno 2020, las feministas siguen denunciando. 


Rocío Jurado fue dejando mensajes feministas, de conciliación laboral, de igualdad… Puso sobre el escenario las historias escondidas de su tiempo, las que esbozaban lo que realmente pensaban y sentían las españolas.

Lo cantó ella misma: “Hay mucha mujer en este cuerpo”



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